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«Soy una mentirosa. Soy una ladrona. Soy capaz de casi cualquier cosa... Pero me controlo»

¿Es posible ser sociópata y buena persona?

«Soy una mentirosa. Soy una ladrona. Soy capaz de casi cualquier cosa... Pero me controlo»

Patric Gagne estranguló a un gato, apuñaló a un compañero de su clase con un lápiz, allanaba casas ajenas y robaba 'con soltura'. Pero Patric es, cree, una buena persona. Diagnosticada como sociópata, ella misma es terapeuta y pretende arrojar esperanza sobre la posibilidad de reprimir sus impulsos más oscuros y llevar una vida... ¿'normal'?

Lunes, 06 de Mayo 2024, 16:11h

Tiempo de lectura: 6 min

Patric Gagne tiene 48 años, es doctora en Psicología, esposa de un consultor informático y madre de dos hijos. Vive en un barrio residencial de Los Ángeles y, según su entorno, es una persona amable y cariñosa. Patric Gagne, en cambio, se define a sí misma como «mentirosa, ladrona, inmune al remordimiento, manipuladora y capaz de casi cualquier cosa». Y es que Patric es, según su propio diagnóstico, una sociópata de manual. Así lo cuenta en su autobiografía recientemente publicada, Sociopath: A Memoir (Simon&Schuster).

Como ella, solo en Estados Unidos, coexisten aproximadamente 15 millones de personas que padecen este trastorno de personalidad antisocial, no reconocida como enfermedad mental hasta 1930 y confundida muchas veces con la psicopatía. Gagne, precisamente, quiere aclarar ese lado humano tenebroso.

A pesar de que dice que no recuerda su infancia con gran detalle, tiene grabado cómo ya se sentía completamente diferente al resto de niños. Su falta de empatía, vergüenza, culpa o miedo a las posibles consecuencias son rasgos que la definen desde la niñez. Esa apatía emocional provocaba en ella, además, unos brutales arrebatos violentos.

También desarrolló una enorme destreza para robar todo aquello que encontraba a su alrededor. De hecho, en su cuarto, guardaba una caja llena de esos objetos robados por ella, algunos sustraídos incluso antes de comenzar a hablar. «No era cleptómana. Un cleptómano es una persona con el impulso irresistible de tomar cosas que no le pertenecen. Yo sufría de un impulso diferente. Una compulsión generada por la incomodidad de la apatía, la casi indescriptible ausencia de emociones sociales comunes, como la vergüenza o la empatía», confiesa Gagne en The Wall Street Journal.

Robaba desde niña, pero no como un cleptómano, por el placer de coger cosas que pertenecen a otro. Lo hacía solo para huir de la apatía, para provocar una emoción y no fantasear con la violencia

Uno de sus primeros robos fue en el colegio, en primer grado, cuando a su compañera de pupitre se le cayó un pasador del pelo. Su mente le ordenaba que lo cogiese y lo robase. Y lo hizo. Era un pequeño placer instantáneo. «No sentía culpa cuando mentía. No sentía compasión cuando un compañero se hacía daño en el patio. En realidad, la mayor parte del tiempo no sentía nada, y no me gustaba la forma en que esa 'nada' se sentía. Así que hacía cosas para reemplazar ese vacío… con algo», relata.

Patric percibía que algo no iba bien en su conducta y su manera de experimentar emociones. Su entorno lo descubrió cuando su madre encontró su preciada 'caja de robos' en su habitación e intentó hacerle comprender lo mal que había actuado. «En alguna parte hay personas que echan de menos estas cosas. Deben estar muy tristes por no poder encontrarlas», le dijo. Pero la pequeña no pudo sentir ni un ápice de culpa o vergüenza. «Cerré mis ojos y traté de imaginar lo que los dueños de los objetos robados sentirían, pero no pude. No sentía nada. Cuando abrí mis ojos y miré a mi madre, sé que ella también se dio cuenta», explica Gagne.

Por más que su madre le preguntaba por qué había robado o si lamentaba sus acciones, en su interior no había nada. «En realidad, lo lamentaba. Pero lo lamentaba porque debía robar para dejar de fantasear con violencia, no porque haya afectado a otros», se sincera.

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Una pareja a contracorriente. Gagne y su marido llevan 13 años casados. Han superado crisis complejas, pero, según ella, han aprendido uno del otro. Ella, a moderar su comportamiento y priorizar la honestidad. Él, a no dejarse manipular por otros y a aprender a decir 'no'.

Conforme crecía, estos impulsos pasaron a ser cada vez más recurrentes y oscuros. «Lo único que sabía era que sentía esta presión y algo me decía: 'Golpea a ese niño y te sentirás mejor'», relata. Y en ocasiones, lo hacía: llegó a apuñalar a un compañero de clase en la cabeza con un lápiz cuando estaban en segundo grado; unos años después, robaba coches y los conducía –aunque los devolvía con el depósito de gasolina lleno–, o invadía casas ajenas durante horas.

Los expertos que la atendieron consideraban que el trastorno era intratable y que, por supuesto, no debería tener muchas esperanzas en llevar una vida normal

No fue hasta llegar a la universidad cuando descubrió que la sociopatía era el trastorno que explicaba todos sus síntomas y comportamientos. «Siempre supe que era diferente... lo que no sabía es que era una sociópata», afirma. El diagnóstico tampoco resultó muy útil. Los expertos que la atendieron consideraban que el trastorno era intratable y que, por supuesto, no debería tener muchas esperanzas de llevar una vida normal.

Entonces, decidió consultar centenares de libros de psicología, artículos de revistas y otras investigaciones, acudió a terapia intensiva y se preparó como psicóloga. Estudiaba su trastorno para entender y aprender a reprimir esos impulsos. Lo que descubrió es que los sociópatas no son «malvados», sino que procesan de manera diferente los sentimientos y las emociones. En el libro reconoce que en ocasiones siente la necesidad de hacer algo destructivo, pero cuando le ocurre, «redirecciona» el pensamiento: «¿Quieres este comportamiento destructivo? ¿O quieres seguir manteniendo esta vida que tienes, que no requiere que hagas estas cosas?».

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Mamá es una sociópata. Gagne explica que se esfuerza para que sus hijos tengan todo el afecto que necesitan. «Probablemente sí necesitan más emociones de mí. Así que trabajo para que ellos mismos puedan contarme y pedirme cosas. A veces dicen: ‘Mami, quiero esto y esto de ti, ¿puedes intentar dármelo?' Y, ¡claro que lo intento!». | Instagram.

Pero más determinante para moderar su comportamiento que sus estudios en Psicología ha sido su marido, David. La relación con su pareja es compleja y reveladora. Se conocen desde la secundaria, cuando tuvieron un breve noviazgo, y retomaron la relación después de la universidad. Llevan 13 años casados. Pero no ha sido fácil, reconoce. Primero él se negaba a admitir que ella tuviese un 'problema mental', pero a medida que se hacía evidente que su comportamiento era extraordinario, aprendieron a gestionarlo. «Unos años después de casarnos, gracias a su apoyo, mi comportamiento empezó a cambiar. Nunca sentiría vergüenza como la sienten otras personas, pero aprendería a comprenderla. Gracias a él, comencé a comportarme. Dejé de actuar como un sociópata», cuenta Patric.

También ella le aportó a él. «Gracias a mí, él empezó a ver el valor de no importarte tanto lo que piensen los demás. Se dio cuenta de con qué frecuencia actuaba movido por la culpa. Nunca sería un sociópata, pero vio valor en algunos de los rasgos de mi personalidad. Aprendió a decir 'no' y a decirlo en serio, especialmente cuando se trataba de actividades que realizaba puramente por obligación. Empezó a reconocer cuándo estaba siendo manipulado. Se dio cuenta de cuándo la emoción nublaba su juicio».

Lo más curioso es que un momento determinante en su relación fue cuando los papeles, en cierta medida, se invirtieron. Ocurrió cuando su marido se enamoró de una compañera de trabajo. «Era obvio y entendí por qué. Ella era todo lo que yo no soy: considerada, amable, compasiva. Era socialmente apropiada en las fiestas, apreciaba los elogios y el cariño. Su encanto era auténtico y su oscuridad, si la tenía, identificable. Tenía sentido que le agradara. Harían una gran pareja. Entonces, ¿por qué no lo admitía?».

A Patric le desquiciaba que su marido negase que esa mujer le gustaba. Porque ella se había esforzado mucho en «aprender» a priorizar la verdad. Sin embargo, reconoce Gagne, ese comportamiento 'un tanto sociópata' de él le sirvió para darse cuenta del daño que puede causar lo que ella hace 'habitualmente'. Como pareja, han sobrevivido a las crisis. Como padres, ha requerido también un esfuerzo.

Al quedarse embarazada de su primer hijo, cuenta Gagne, «no me sentí abrumada por la emoción». «No recibí la profunda oleada de amor 'perfecto' que me habían prometido —explica—. La conexión con tu bebé simplemente no existe. No es innata. Pero con el tiempo puedes construirla». Hoy tienen dos hijos, de 8 y 13 años. Y, a pesar de no estar diseñada para sentir emociones, Patric se esfuerza día a día en comprender cognitivamente los sentimientos, internalizarlos y así activar las respuestas emocionales que ellos esperan de ella. Su objetivo, predicando con el ejemplo, es derribar el prejuicio de la sociedad de que todos los sociópatas son monstruos. «Es un error trágico pensar que los sociópatas están condenados a una vida sin esperanza ni amor», concluye Gagner.